miércoles, 23 de febrero de 2011

Elemental, mi querido Watson....

En una cena con Oscar Wilde y Arthur Conan Doyle, el editor J.P. Lippincot  pide al último que escriba una novela para publicarla en su revista. En ese entonces Conan Doyle apenas está delineando a los personajes que le darían fama mundial. Como consumidor habitual de cocaína, Sir Arthur decide plasmar su vicio en el detective Sherlock Holmes y poner en boca del doctor Watson las críticas que seguramente él recibe o se autoformula. En El signo de los cuatro, novela que aparece publicada en el número de febrero de 1890 en la Lippincot Magazine, Watson comienza el relato con una descripción muy detallada de los hábitos farmacológicos de su amigo:
Sherlock Holmes cogió su botella del ángulo de la repisa de la chimenea, y su jeringuilla hipodérmica de su fino estuche de tafilete. Insertó con sus dedos largos, blancos, nerviosos, la delicada aguja, y se remangó el puño izquierdo de su camisa. Sus ojos se posaron pensativos por breves momentos en el músculo del antebrazo y en la muñeca, cubiertos ambos de puntitos y cicatrices de las innumerables punciones. Por último, hundió en la carne la punta afilada, presionó hacia abajo el minúsculo émbolo y se dejó caer hacia atrás, hundiéndose en el sillón forrado de terciopelo y exhalando un largo suspiro de satisfacción.
Tres veces al día y durante muchos meses había yo presenciado esa operación; pero la costumbre no había llegado a conseguir que mi alma se aviniese a ello. Por el contrario, de día en día me iba irritando cada vez más el espectáculo, y todas las noches sentía indignarse mi conciencia al pensar que me había faltado valor para protestar. Una vez y otra había yo dejado constancia de mi promesa de que diría todo lo que pensaba acerca de ese asunto; pero las maneras frías y despreocupadas de mi compañero tenían un algo que lo hacían el último de los hombres con quienes uno siente deseos de tomarse nada que se parezca a una libertad... aquella tarde tuve la súbita sensación de que no podía aguantarme por más tiempo, y le pregunté:
-¿Qué ha sido hoy: morfina o cocaína?...
-Cocaína, en disolución al siete por ciento. ¿Le agradará a usted probarla?
-De ninguna manera -contesté con brusquedad-. Mi constitución física no se ha repuesto por completo aún de la campaña de Afganistán. No puedo permitirme el someterla a ninguna tensión anormal...
-Quizá tenga usted razón, Watson. Me imagino que la influencia de esto es físicamente dañosa. Sin embargo, encuentro que estimula y aclara el cerebro de una forma tan trascendental, que me resultan pasajeros sus efectos secundarios.
-¡Reflexione usted! -le dije con viveza-. ¡Calcule el coste a que le resulta! Quizá su cerebro se reanime y se excite, según usted asegura; pero es mediante un proceso patológico y morboso, que trae como consecuencia un aumento en el cambio de los tejidos y que pudiera acarrear al cabo una debilidad permanente... ¿Para qué correr el riego de perder esas grandes facultades de que usted se halla dotado? Tenga presente que no le hablo tan sólo de camarada a camarada, sino de médico a una persona de cuyo estado físico es, hasta cierto punto, responsable...
-Mi cerebro se rebela contra el estancamiento. Proporcióneme usted problemas, proporcióneme trabajo, deme el más abstruso de los criptogramas, o el más intrincado de los análisis, y entonces me encontraré en mi atmósfera propia. Podré prescindir de estimulantes artificiales. Pero aborrezco la monótona rutina de la vida. Siento hambre de exaltación mental. Ahí tiene por qué he elegido esta profesión a que me dedico... (8)
El argumento de esta novela gira en torno a un ciudadano inglés que se va las colonias para enriquecerse y vuelve a Inglaterra cargado de riquezas pero con un crimen en la conciencia. Holmes descubre y resuelve el caso, Watson se casa y otro de los personajes se lleva la gloria; por lo que al final de la historia, el médico comenta con su camarada: "El reparto me parece muy poco justo... Usted lo ha hecho todo en este asunto. Yo me llevo la esposa. Jones se lleva la fama. ¿Quiere decirme que queda para usted?" Sherlock Holmes lleva su mano larga, blanca y nerviosa hacia el estante donde reposan sus objetos personales mientras contesta: "Para mí queda todavía el frasco de cocaína!" 
Es interesante hacer notar que cuando aumentó su popularidad, nuestro detective dejó de administrarse su recompensa (o por lo menos públicamente) ya que en las novelas que siguieron no se menciona más el tema...

Me voy a dormir antes de que me ponga a hacer llamados...

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